Mónica
Ojeda Franco
Texto
¿Es
el fallo contra Diario Extra una victoria feminista?
En
su libro Contra la censura: Ensayos sobre la pasión por silenciar
(1996), J. M. Coetzee dedica un apartado especial para hablar sobre
la pornografía: sus detractores y defensores, sus censores y
divulgadores. Lejos de pretender esbozar una historiografía de
prohibiciones y de pleitos legales, Coetzee recurre a algunos hechos
emblemáticos que ilustran el debate alrededor de este término y de
sus producciones. A través de ese debate, principalmente ubicado en
el siglo XX —pero extendido hasta la actualidad—, es posible
preguntarnos por los discursos censores y entender por qué hemos
llegado a un punto en el que la censura, venga de donde venga,
resulta una acción vituperable para cualquier sociedad democrática.
Ahora
más que nunca es pertinente pensar en estos asuntos porque la
denuncia que la asambleísta Soledad Buendía puso contra el Diario
Extra, periódico sensacionalista y de crónica roja, debido a la
fotografía erótica de una modelo y el titular que la acompañaba
—“¡Tremenda potra, carajo!”—, recuerda, quizás demasiado, a
un discurso rancio que tuvo asidero en determinados círculos
feministas. Esta denuncia, que derivó en el fallo de la Supercom,
organismo de vigilancia —es así como se autodenominan en su sitio
web—, en el que se le exigió al diario pedir disculpas públicas
“por el tratamiento sexista y estereotipado que a través de la
sección ‘Lunes sexy’ se da a la mujer”, no está muy lejos de
los discursos antipornográficos levantados en los años setenta y
ochenta por un grupo de feministas norteamericanas.
Estamos
hablando, entonces, de un debate que tiene larga cola.
Pornografía,
la mirada liberal y la crítica feminista
Existen
pocas palabras tan abarcadoras, mutables y heterogéneas como
“pornografía”. Se trata de un término manchado de oprobio en el
que cabe todo aquello que pueda ofender o ser considerado obsceno.
Cualquier acción, cualquier producto cultural, cualquier discurso,
puede devenir en pornografía según la mirada moral de quien lo
juzgue. Es por eso que la relación entre el caso del Lunes Sexy y la
crítica feminista antipornografía es tan estrecha: porque después
de la sanción de la Supercom a la imagen de la modelo Claudia
Hurtado y la leyenda que la acompañaba ha quedado claro que para un
determinado grupo esa sección es, a todos los efectos, pornográfica.
Como
bien señala Coetzee en su ensayo, el criterio liberal respecto a la
pornografía siempre ha estado inclinado hacia la defensa acérrima a
la libertad de expresión y de expresiones, el rechazo hacia la
censura o cualquier tipo de restricción a la libertad —a menos que
conlleve un daño tangible a otros—. Sin embargo, en los años
setenta y ochenta se desarrolló una fuerte crítica feminista en
Estados Unidos que puso en duda la validez del criterio liberal.
En
lo tocante al derecho de los pornógrafos a la libertad de expresión,
se ha argumentado que, después de la teoría del acto de habla,
cualquier distinción simple entre expresión y acción es
insostenible: con su fuerza perlocutiva, las representaciones
pornográficas, como los insultos públicos, se parecen más a
acciones que a expresiones, y por lo tanto no tienen derecho a
protección per se. (2008:38)
La
pornografía, por supuesto, como categoría abarcadora de todo lo
obsceno, de todo lo ofensivo, de todo lo sexual descarnado y que,
históricamente, ha echado mano sobre la imagen y el cuerpo de un
ideal de mujer, fue el blanco de las críticas de Andrea Dworkin y
Catherine Mackinnon, quienes argumentaron, como Soledad Buendía, que
ese tipo de expresiones dañaban a todas las mujeres porque: 1)
generaban violencia de género, 2) cosificaban a las mujeres y 3) las
reducían al papel de objeto de deseo masculino, eliminando sus
facetas de sujetos. Para sostener el planteamiento de que las mujeres
que participaban en producciones pornográficas eran víctimas del
sistema, alegaron que muchas estaban enajenadas por la mirada
patriarcal y que no se daban cuenta de que estaban siendo utilizadas,
abusadas y denigradas. La misma Linda Lovelace, protagonista de la
famosa película porno Garganta profunda (1972), se adscribió
durante un tiempo a este discurso y declaró públicamente haber sido
golpeada, violada y forzada a actuar en la cinta. Simultáneamente
aparecieron movimientos feministas pro-sexo que defendieron una
libertad sexual y, por lo tanto, política, donde las mujeres
pudieran decidir sobre su cuerpo con independencia, apartadas de los
discursos paternalistas conservadores. Una de las representantes más
reconocidas de este movimiento es Annie Sprinkle: actriz de cine
porno, educadora sexual, feminista, editora de una revista porno,
escritora y productora de cine.
La
tesis que parece dar origen a la denuncia de Soledad Buendía es la
misma que en las décadas de los setenta y ochenta movilizó a las
feministas antipornografía: la de que semejantes productos cosifican
a “la mujer” —esa quimera— y la convierten en un objeto
sexual para la mirada de los hombres, quienes aprenden, a partir de
estas imágenes, a tratarla como tal; es decir, a no verla como un
ser humano, sino como una cosa destinada a satisfacerlos.
Por
esta razón Andrea Dworkin y Catharine Mackinnon llevaron el debate a
las cortes. Su lucha se mudó al terreno de lo legal porque lo que
buscaban era una respuesta judicial para estos daños. Por
consiguiente, ambas justificaron la censura a la pornografía con el
argumento de que había daños tangibles de por medio.
¿No
es esa la postura de Soledad Buendía?
La
Mujer: esa quimera
Claudia
Hurtado, modelo colombiana que posó para las fotografías del Lunes
Sexy, sección denunciada por “discriminatoria y sexista”,
defendió su trabajo y declaró no haberse sentido maltratada,
discriminada ni coaccionada en ningún momento. Resulta curioso que
su voz haya importado poco en el fallo de la Supercom: esto se debe a
que el supuesto daño la excede, traspasa las fronteras de su cuerpo
y llega hacia todas las mujeres del mundo. Cualquiera, y con justa
razón, entendería que, bajo esta lógica, debería censurarse toda
producción que pudiera generar daño en otros —sin importar su
condición artística, panfletaria, periodística, etc.—.
Cualquiera entendería que cuando dicen “la mujer” se refieren a
un macro sujeto universal, fácil de delimitar, fácil de definir a
partir de su sexo. Cualquiera entendería que no discriminar y luchar
por los derechos de “la mujer” implica pasar por encima de la voz
de aquella que, sumergida en el pensamiento falogocéntrico, no es
capaz de notar que se la está usando. Cualquiera diría que ser
feminista, para Soledad Buendía, significa hablar por los
subalternos con una voz que recoge todas las voces en un solo bloque
e impone un deber-ser de la conducta sexual y discursiva.
Cualquiera
diría que no hay que preocuparse, chicas, porque ya vendrán a
decirnos lo que tenemos que hacer con nuestro cuerpo y a indicarnos
cómo y cuándo ofendernos.
De
la filosofía de la moral y otros pecados
No
es aconsejable caer en la ingenuidad de los tópicos sobre el daño
que supuestamente provoca la exagerada sexualización de “la mujer”
en medios de comunicación. En el caso del Extra hay dos polos
argumentales que no saben dialogar entre sí: el primero afirma que
secciones como el Lunes Sexy, con descripciones como “¡Tremenda
potra, carajo!”, son discriminadoras y sexistas, la segunda que tal
condición no existe y que es una simple manifestación de la belleza
femenina. Ninguna de las dos sentencias es completamente acertada: la
mirada cosificadora, la misoginia, arraigada en la sociedad
ecuatoriana, se manifiesta en programas de televisión y en la prensa
escrita, pero también en relaciones laborales y familiares, por lo
que no estamos hablando de un fantasma creado por cierta crítica
feminista que, desde el simplismo y el maniqueísmo de algunos de sus
detractores, ha sido catalogada como “histérica”, sino de una
situación real que hay que afrontar con discusiones abiertas. Sin
embargo, el segmento Lunes Sexy, en este contexto, refleja una
realidad, no la causa. Ningún cambio esencial se produce, contrario
a lo que Soledad Buendía parece creer, con una política
sancionadora porque lo que se sanciona no es el origen del problema,
sino una de sus consecuencias.
La
intervención de la ley
Desde
una perspectiva feminista, Carol Smart escribió en Feminism and the
Power of Law (1989) que el precio de emplear el sistema judicial, la
ley, para institucionalizar miradas feministas es el de sacrificar la
complejidad de estas miradas, además de abrir un camino peligroso en
tanto que las posturas de las feministas pro-censura son
indistinguibles de las de la derecha moral. Luce Irigaray, por su
parte, entiende en This Sex wich is not One (1985) que las mujeres
están en desventaja en un sistema de derecho eminentemente masculino
y argumenta que pretender ser reconocidas en ese marco no es, ni debe
ser, la única salida.
En
efecto la ley debe proteger los derechos de las personas y
salvaguardarlos, pero el uso de mecanismos legales para silenciar
discursos ofensivos o discriminadores no los debilita ni
invisibiliza, sólo instaura un clima propicio para la burocracia
censora.
Las
alternativas
Distanciándose
de los discursos puritanos y censores de las feministas
antipornografía, el movimiento postporno busca subvertir el orden
del erotismo y la mirada erótica heteronormativa. Es, por lo tanto,
una respuesta a las expresiones estereotipadas respecto al rol de las
mujeres y de los hombres: juega con los supuestos límites impuestos
por el binarismo y dinamita la normatividad de la conducta sexual
hegemónica. Annie Sprinkle popularizó el término y varias
feministas como Beatriz Preciado y Virgine Despentes, se
encargaron, después, de pensar en un espacio de resignificaciones de
la mirada sexual. Se trata de una opción lúdica, performativa, cuyo
campo de acción se aleja de las cortes y del sistema de derecho.
A
partir de la premisa de que las mujeres también consumen porno, de
que somos seres sexuales y de que la pornografía tiene un potencial
altamente subversivo, han surgido también términos como
pornoterrorismo y agrupaciones como Disidencia Sexual, cuyos miembros
definen su trabajo con la siguiente cita:
La
Disidencia sexual implica una apuesta crítica a las políticas que
gobiernan nuestros cuerpos, subjetividades y todas las
representaciones que se improntan sobre ellos. Por esto mismo la
Disidencia sexual va más allá de la visibilización de las
problemáticas que inscriben a ciertos cuerpos como minoritarios o
excluidos.[1]
La
alternativa más efectiva, desde esta perspectiva, para rebatir y
deconstruir un aparato biopolítico de poder es contraria al silencio
que Soledad Buendía pretende imponer con su denuncia. Resulta
sorprendente que alguien que se autodenomina feminista parezca no
conocer el desarrollo del debate pornográfico desde la crítica de
la que dice ser parte. A menos, claro, que se adscriba al feminismo
antipornográfico, absolutamente deslegitimado en todas las esferas
serias de estudios de género.
Hablar
por sí mismas
Coetzee
escribe respecto al pensamiento antipornográfico:
La
estrechez de miras de los análisis de Mackinnon se hace evidente en
cuanto nos trasladamos de Estados Unidos a, por ejemplo, las
sociedades islámicas donde el puritanismo de la moral pública se
combina con una actitud de posesión hacia esposas e hijas (…). En
esos países, hace mucho que la opresión de las mujeres se da en una
variedad de formas más o menos violentas. Los hombres, en efecto,
han “tratado a las mujeres como quienes ven que son las mujeres”,
pero “el quien que es” no lo ha construido, en ninguna medida
significativa, la pornografía. (107-108)
“El
quien que es” no lo construye, en ninguna medida significativa, el
Lunes Sexy del diario Extra, y mientras esta realidad siga velándose
tras las sanciones de un “organismo de vigilancia”, me temo que
estaremos muy lejos de crear una verdadera crítica feminista,
interpretativa, desarticuladora, en la que La Mujer deje de ser un
macro sujeto universal y se convierta en las mujeres, con sus
diferencias socioeconómicas, étnicas, culturales, sexuales, capaces
de hablar por sí mismas y de representarse.
Fonte:
http://gkillcity.com/articulos/fuck-you-curuchupa/el-feminismo-antipornografico-soledad-buendia
Nenhum comentário:
Postar um comentário