Estoy
enamorada de mi cuerpo, y la verdad es que no sé si todas las mujeres
de cincuenta años lo están.
Esto no es un cliché… es cierto.
Mis senos
no son los mismos de los 20 años, porque de alguna manera son mejores:
cuando se depositan en una boca, está la reminiscencia indeleble de las
bocas que parí.
Ya no es sólo miel si no también leche, leche, leche,
esa hermosa palabra.
De las tetas que fueron
mamadas a borbotones, puesto que soy una vaquita lechera, hay memorias
tan placenteras como las de cualquier labio tierno.
Leves en su
gravedad, tibios, más largos que los que exhibí sin brassier allende
estos tiempos, alimentan mis senos la imaginación de quien deseo y me
desea.
Tienen esos pezones enormes y rítmicos, la inmensa sensorialidad
de acoplarse a los estertores de la boca que los espera.
No tiemblan:
hacen temblar.
Mis carnes han macerado la pasión que he cuidado a lo
largo de estos años, y también el poema.
Tienen una especial suavidad,
una región secreta para cada caricia, donde todo estuvo antes expuesto, y
un asombro nuevo cada vez; porque me descubro en ellas. Las líneas
alrededor de mi boca (he descubierto recientemente) solamente son bellas
cuando sonrío, y no me cuesta sonreír de modo que siempre puedo ser
bella!
Las pecas de los muslos han dejado de ser imperfectas: se han
convertido en un mapa solamente descifrable por la lengua, una lengua,
la lengua que las cuenta.
El cabello, salvaje como siempre, tiene un
tono menor de espiga seca (menor al que algún día tuvo) pero desespera
los dedos de quien me ama e intenta ver mis ojos en el momento crucial
de la plenitud de los cuerpos… igual que siempre.
Amo mi edad como no
supe amar ninguna otra.
Amo lo que sé de mí y lo que doy en ello.
No
quiero volver a ninguna parte de mi historia: estoy entera, estoy
amando, estoy viva y lo sé, estoy en esto.
Martha Rivera-Garrido
5 de abril 2014
5 de abril 2014
https://www.facebook.com/pages/Martha-Rivera-Garrido/143834502352645
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